El intento del presidente Trump de destituir a la gobernadora de la Fed, Lisa Cook, por presunto fraude hipotecario ha sido calificado por algunos economistas, como Janet Yellen, como ilegal y profundamente peligroso. Representa un intento directo de politizar a la Fed, intimidar a su liderazgo y someter la política monetaria a la voluntad del presidente. Esta acción amenaza con socavar la independencia de la Reserva Federal y, con ella, la credibilidad de la política monetaria de Estados Unidos tanto en el país como en el extranjero.
Sin embargo, al juzgar por su escasa reacción, todo parece indicar que los mercados financieros no lo perciben de esa manera. Salvo por un breve repunte en el rendimiento del bono estadounidense a 30 años, que pronto se corrigió, bien podría decirse que los mercados hasta celebraron la noticia.
El periodista del Wall Street Journal, James Mackintosh, ofreció la semana pasada algunas explicaciones de este fenómeno. Puede ser porque los inversionistas creen que: • La medida ya estaba descontada tras sus constantes críticas a la Fed. • De cualquier manera, Trump tendrá pronto mayoría en la Junta de Gobernadores. • Cook podría resistir legalmente, lo que demostraría la fortaleza institucional. • La ofensiva contra Cook desvía la presión de Jerome Powell, la figura clave en la política monetaria. • Los nominados por Trump, hasta ahora, se mantienen dentro de la corriente económica principal y no representan un giro radical.
La única razón para inquietarse sería un posible ciclo de retroalimentación peligroso: los mercados confían en que Trump no tomará medidas extremas porque reaccionan con ventas fuertes cada vez que lo hace. Si en algún momento dejan de reaccionar o Trump nombra a alguien extremo (como un aliado político o un personaje sin credenciales), podría ponerse en riesgo la independencia de la Fed y la estabilidad económica.
Pero también caben otras explicaciones. Una, vinculada con las anteriores, es que los mercados creen que Trump tiene razón: que su modelo está funcionando y que una de las pocas variables que falta ajustar es la tasa de interés. Podrían estar considerando que, hasta ahora, no se han materializado los efectos negativos que se anticipaban de la política arancelaria. Por el contrario, la economía no se ha desacelerado, la inflación no ha repuntado y las finanzas públicas no se han deteriorado, pues los aranceles han contribuido a incrementar los ingresos, permitiendo financiar holgadamente el mayor gasto y la reducción de impuestos implementados por la administración Trump.
Para evitar que la economía se frene en el futuro y que las finanzas públicas se vean presionadas por una posible caída de los ingresos fiscales y un mayor costo del servicio de la deuda, resulta necesario reducir las tasas de interés. Por ello, cualquier medida del gobierno encaminada a ese objetivo tiende a ser bien recibida por los inversionistas.
Otra explicación se relaciona con la abundante liquidez global y doméstica, producto no solo de los bajos impuestos corporativos en Estados Unidos, sino también de la nueva fase en la que han entrado prácticamente todos los bancos centrales del mundo al reducir casi al unísono sus tasas de interés. La abundancia de liquidez suaviza las reacciones del mercado porque los inversionistas priorizan dónde colocar capital antes que castigar de inmediato las tensiones políticas. Así, los riesgos se minimizan siempre que no haya un impacto visible en la estabilidad económica o en los rendimientos. Sin embargo, si la percepción de riesgo institucional se acumula, esa liquidez podría volverse inestable y provocar una corrección brusca. El “dinero tiene que colocarse en algún lado”, y eso sostiene precios aun en presencia de riesgos.
Una posible baja de la tasa de interés por parte de la Fed no haría sino aumentar esa liquidez, favoreciendo la expansión del gasto y de la economía, así como de unos mercados financieros que de por sí ya se encuentran en niveles elevados.
Rodolfo Navarrete
agosto 29, 2025