El Banco de México (Banxico) cumplió con su promesa y redujo en 50 puntos base la tasa de interés de referencia, ubicándola en 8.0% anual. La decisión no fue unánime y vino acompañada de una revisión al alza en la trayectoria esperada de la inflación, aunque se mantuvo intacta la previsión de convergencia al objetivo de 3.0% anual para el tercer trimestre de 2026.
Todo esto ya había sido ampliamente anticipado por el mercado. Por ello, la atención de los economistas se centró casi exclusivamente en la orientación futura de la política monetaria. Esta resultó coherente con la reciente volatilidad que observó la inflación y sus expectativas, al señalar que hacia adelante la Junta de Gobierno evaluará recortes adicionales en la tasa de referencia.
Luego de cuatro recortes consecutivos de 50 puntos base, el mensaje sugiere que, en adelante, Banxico considerará ajustes menores (de 25 puntos base) o incluso la posibilidad de pausar su política, dependiendo de la evolución de la inflación.
La cifra inflacionaria de la primera quincena de junio, que bajó de 4.62% a 4.51%, ofrece una tenue esperanza de que se esté gestando un cambio de tendencia tras el repunte observado desde febrero. De confirmarse dicha tendencia, sería razonable anticipar nuevos recortes de 25 puntos base en las próximas reuniones, con la posibilidad de que la tasa cierre el año en torno a 7.0%.
La debilidad de la economía y la apreciación del peso ofrecen espacio para seguir bajando las tasas de interés sin temor a que la reducción del diferencial entre las tasas de interés de México y Estados Unidos pueda provocar una corrección abrupta de la paridad cambiaria, tornándola incluso más favorable a las exportaciones y sin generar efectos inflacionarios significativos.
Sin embargo, si la reciente mejora inflacionaria resulta transitoria, el banco central podría optar por hacer una pausa en su política de reducir las tasas, como ha sugerido el subgobernador Jonathan Heath. La lógica sería mantener una tasa real elevada para inducir una mayor contracción económica que ayude a contener la inflación. Además, una mayor apreciación del peso derivada de dicha política podría fortalecer este objetivo, mientras que las expectativas inflacionarias de corto plazo podrían moderarse, aunque esto no ocurrió anteriormente, incluso con tasas reales más altas.
Es importante subrayar que la volatilidad reciente de la inflación se explica parcialmente por factores transitorios: efectos estacionales ligados a la Semana Santa, el impacto de la sequía —especialmente en el norte del país—, y la incertidumbre derivada de la política arancelaria del presidente estadounidense Donald Trump, cuyo efecto sobre los precios internos aún es incierto, aunque en principio debería ser muy limitado.
A medida que estos factores se disipen, la trayectoria de la inflación debería volverse más clara, facilitando la labor del banco central.
El crecimiento económico de 0.5% en abril respecto a marzo no justifica el repunte inflacionario observado un mes después. Por el contrario, diferentes señales siguen mostrando signos de debilidad económica, alimentando el debate sobre si habrá o no crecimiento este año. En caso de que crezca la economía, es probable que lo haga a una tasa cercana a cero, lo que refuerza la idea de que no existe una presión de demanda significativa sobre los precios, sino más bien distorsiones puntuales y algunas presiones de costos.
Lo que sí debe preocupar es la divergencia entre la perspectiva inflacionaria del banco central y la del mercado. Mientras que Banxico espera que la inflación converja a 3.1% en el segundo trimestre de 2026, el promedio del mercado cree que tan solo bajará a 3.8%, muy por encima del objetivo del 3.0%. Esto quiere decir que el mercado no cree plenamente que Banxico vaya a alcanzar su meta en el plazo previsto, por lo que implícitamente sugiere que la tasa real de interés tiene que ser más alta.
Rodolfo Navarrete
hace 45 minutos